lunes, 30 de marzo de 2015

Dejarnos de querer nunca fue tan fácil

Nos dejamos de querer.
Lentamente. Sin avisar. La mañana de un lunes cualquiera.
Como los protagonistas de esa película que nunca se quisieron del todo. Como si hubiésemos sido una historia que desde el principio estaba condenada al fracaso.
Nos dejamos de querer mucho antes de dejarnos marchar. Abandonándonos a la suerte de cada uno. Compitiendo por ver quién se agarraba con más fuerza a la oscuridad de su alma.
No fue a la vez, eso hubiese dolido menos. Tú empezaste primero, haciéndome invisible a tus ojos y haciendo uso de tu libertad, y de la mía.
Obligándome a querernos por los dos mientras nuestros latidos perdían ritmo y se separaban cada vez más. Intentando querer a alguien que se esforzaba en recordarme que nuestras palpitaciones ya nunca sonarían en la misma frecuencia. Porque yo me estaba muriendo y tú ni siquiera te diste cuenta.
Intentaste querer la realidad que existía dentro de la fantasía de la que creías estar enamorado. Pero nunca pudiste hacerlo. Empezaste a dejar de quererme mucho antes de empezar si quiera a enamorarte.
Y un día me cansé. De intentar querer algo en lo que ni siquiera ya creía. De morir por dentro y seguir pintándome una sonrisa a la hora de verte. De engañarme y engañarte.
Ya no te quería. Hacía mucho que había dejado de hacerlo. 
Quizá desde el mismo momento en el que me pregunté si lo hacía de verdad.
O desde aquel en el que me abandonaste al borde de la locura más absoluta.
Quizá desde siempre. O desde nunca.
Te dejé de querer.
Para siempre.
Como si realmente nunca te hubiese querido.

viernes, 27 de marzo de 2015

Cicatrices

Estamos formados por cicatrices. Por esas heridas que en su día dolieron tanto y que ahora nos han dejado marcados para siempre. De tal forma que nadie podría llegar a conocernos sin haber recorrido primero el mapa de las huellas de nuestro pasado. Ni siquiera nosotros mismos.
Porque es importante conocer que las cicatrices en los brazos y las manos fueron primero heridas que nos hicieron los abrazos que no dimos y el peso de todos los sentimientos que no nos dejaron demostrar, de todas las cosas que dimos y no aceptaron. Y que las cicatrices de las piernas y los pies no son más que antiguas lesiones que se formaron de tanto correr para alcanzar nuestros sueños, o a aquella persona a la que por mucho que corrías nunca llegabas a tocar. También están las cicatrices en el estómago, antes agujeros producidos por los nervios de las despedidas que nunca llegaban, de las esperas eternas. Y aquellas cicatrices que tenemos en la garganta no son más que daños que no se curaron porque no fuimos capaces de decir las palabras adecuadas, porque nos las quedamos dentro y acabaron explotando. 
¿Y que decir de las cicatrices en los labios? Esas heridas de los besos traicioneros, de los besos no dados y de los últimos besos sin aviso. Esas heridas que si no curas bien se vuelven a reabrir con los labios inadecuados. Que escuecen haciéndote saber que nunca volverán a encajar con otros labios igual.
Por otro lado están las cicatrices de la mente. Son de las más peligrosas, pues si se reabren y no eres capaz de curarlas a tiempo, pueden volverte loco. Son cicatrices que nadie puede ver pero que se instalan en lo más profundo de ti en forma de miedos e inseguridades. 
Pero si hay algún tipo de cicatriz que todos los seres humanos compartimos es esa que se sitúa a la altura del corazón. Y dado que el corazón es de los lugares más frágiles de nuestro cuerpo, cualquier rozadura, corte, arañazo o herida nos duele casi más que en cualquier otro lugar. Mucho peor si lo que ocurre es que alguien te arranca un pedacito de él. Son cicatrices que tardan mucho en formarse del todo porque aunque las heridas intenten curarse, con cada palpitación se reabren de nuevo. 
Y por último están las peores. Esas que muy pocos conocen pero de las que todo el mundo ha oído hablar. Las cicatrices del alma, que te atraviesan de lado a lado y nunca se llegan a curar del todo. Las que duelen con cada cambio de estación, y de temperatura. Las que hielan los huesos y empequeñecen el corazón hasta que sufre con cada latido. Esas que crean agujeros de oscuridad. Las que está formadas por los más profundos y dolorosos secretos. 
Es importante conocer todas las cicatrices que nos forman. Saber en qué momento de su proceso se encuentran en cada momento. Curarlas y cuidarlas aún cuando parezcan del todo cerradas. Y tener cuidado para que no se abra una segunda herida por encima de ellas. 
Al fin y al cabo son las únicas que nos recuerdan nuestra historia. Como el compás de una canción. Como los márgenes de una página en blanco. Porque nos guste o no, son las cicatrices las que nos guían. 
Son las que cuando desaparecen los recuerdos, nos confirman que todo sucedió. Que tú ocurriste. Que nosotros ocurrimos. Que esa historia y ese dolor ocurrieron.
Que yo
sigo ocurriendo.

jueves, 26 de marzo de 2015

Renombrarse o morir

He creado un monstruo. Una especie de demonio agridulce que se alimenta de palabras que calman su alma. Una melodía dulce tocada desde la más profunda amargura. 
Siempre he querido darle forma. Darle un nombre. Hacerla más real. Llevo días trazando su perfil, dibujando sus cicatrices en el sitio exacto, dando sombras en sus partes más oscuras.
Es una experta de la contradicción. En hacer del dolor algo dolorosamente bello al transcribirlo a palabras. Puede ser mortal con sus críticas y expectativas. Pero también sabe escuchar muy bien. Está llena de historias de mundo y de gente. 
Nació en Invierno y quizá por eso siempre prefiere que sea el frío el que cure sus heridas. A veces es un poco difícil de entender, pero si lees entre líneas seguramente veas más allá de lo que ella nunca admitirá. 
Tampoco puedo decir mucho más de ella. Ni quiero.
Al fin y al cabo es ella, la de antes, la de siempre. La que siempre será.
Por fin le doy nombre a todas mis palabras.
Os presento a Maara Wynter.

miércoles, 25 de marzo de 2015

Hielo y Cristal

Llevaba toda la vida sintiendo que estaba corriendo hacia ninguna parte.
Con vacíos que ni siquiera recordaba cuando había empezado a sentir. Puede que mucho antes de que su memoria empezase a funcionar.
Siempre tenía la sensación de que continuamente tomaba decisiones incorrectas que la llevaban a cometer errores con unas consecuencias nefastas. Que iba de un error a otro restregándose el anterior hasta que tropezaba con el siguiente.
Tenía tantas cicatrices que parecían trazar un mapa sobre su alma. Algunas que apenas se notaban ya, otras aún permanecían enrojecidas y por último estaban aquellas que solían abrirse e infectarse con frecuencia. Nunca dejaba que se curasen bien. Siempre huía corriendo lejos de todo lo que había pasado cuando aún estaba sangrando y quizá por eso quedaban unas marcas tan desmedidas y desiguales. Aunque lo cierto que todas ellas gozaban de cierto encanto cuando las mirabas; ese tipo e encanto propio de las cosas que esconden un secreto tan doloroso que si te dejan conocerlo ya nada nunca será igual.
Acostumbraba a utilizar melodías prohibidas como medicina y palabras desgarradoras escritas en trazos irregulares como vendas.
Pero se rompió tantas veces, por tantos sitios, que los curanderos apenas sabían como mantener unidas las partes que se habían separado.
En cierto modo, siempre fue algo salvaje. Poseía la belleza de aquellos que avisaban desde lejos que nunca pertenecerían a nadie.
Por eso decidió marcharse. Lejos, muy lejos.
Allí donde el sol estuviese siempre en pie, y no toda esa nieve que siempre les rodeaba. Más allá de los límites que nunca había cruzado.
Y entonces descubrió que nunca había sido libre. Que ser dueña de sí misma solo había sido una ilusión. Porque fue entonces cuando vio unos ojos enormes mirándola a través de lo que parecía algo vidrioso. Una luna que la mantenía encerrada en lo que ella creía su hogar, y que ahora descubría que no era más que una bola de cristal con un pequeño mundo dentro rodeado siempre de copos de nieve.
Y en aquel momento se quebró para siempre.
No de la forma en la que lo había hecho hasta ese momento. Sino como la figura de cristal que siempre había sido.
Descomponiéndose en millones de insignificantes fragmentos que nadie podría volver a juntar jamás.

martes, 24 de marzo de 2015

Cold.

- «Sí, soy un humano. Pero... tú también eres humana».
-  «Ya basta. Soy un lobo. ¡¿Me oyes?!».


No todo se ha acabado. Aún queda mucho por vivir, mucho por sentir. Y aunque a veces esta esperanza nos aterra, es lo único por lo que acabamos luchando. La fina línea que marca la diferencia entre vivir y sobrevivir.
Es el momento de sacar toda tu fuerza, de luchar con garras y dientes. Por el mundo en el que quieres vivir, por la vida que quieres tener. Por ti.
A veces solo hace falta creer que podemos. Que somos más fuertes de lo que nunca llegaremos a ser. Que somos lobos.
Invencibles. Indestructibles. Aunque sólo sea por un día. O por una noche tal vez.
Y aunque todo parezca ir en contra, tú serás más rápida y más fuerte que la marea que pretende arrastrarte y llevarte a lo más profundo. Y si alguna vez te ves realmente amenazada, ni siquiera deberás gritar. Yo estaré ahí, para agarrarte de la mano y tirar de ti hacia arriba.
Porque si los sueños te atrapan y nublan de tinieblas tus noches, tendremos que iluminar tus días para que poco a poco la luz vaya destapando toda la oscuridad.
Si las dudas te asfixian, tendremos que buscar todas las respuestas posibles, aunque nunca lleguemos a decidirnos por ninguna.
Y si la imaginación amenaza con llevarte a lugares irreales de los que cada vez te cuesta más salir, tendremos que hacer de tu realidad un lugar de donde no quieras marcharte.
Porque sabes que estaré a tu lado hasta que puedas soltarte de mi mano. Que hay ciertos caminos que nunca hemos sabido recorrer solas y esa es la única belleza que reside en este tipo de dolor.
Porque creo que por muchas cosas que pasen, nunca sería capaz de perderte del todo. Sigues siendo el espejo en el que un día me reconocí después de mucho. La única persona que comprende mis palabras antes incluso de ser pronunciadas. Porque solo hay una forma de definirte, y es poniendo nuestra palabra al final de cada una de mis frases.
Sabes que entiendo. Y creo firmemente que ese es el mayor regalo que puedo hacerte en estas situaciones. Tú y yo nunca nos hemos entendido como el resto del mundo. Es algo que va más allá de las palabras, puede que sea una comprensión de alma a alma, o de mente a mente. Una comprensión que nadie más sabrá nunca lo que puede llegar a ser. Pueda que resida en esa conexión de mentes de la que presumíamos hace años. No lo sé, tampoco me importa.
Solo quería recordarte que estoy aquí. Como siempre.
Y que vas salir de donde quiera que estés, aunque nadie pueda imaginar lo oscuro o profundo que pueda ser ese lugar.
Porque yo te daré mi fuerza y juntas, seremos lobos.

domingo, 22 de marzo de 2015

Cuentas pendientes

Ya no te tengo miedo.
Te quise, mucho. Me agarré a ti como si fueses el último clavo ardiendo que pudiese hacerme sentir viva.
Pero me engañaste.
Todas las promesas que venían contigo, suponían un precio que yo nunca hubiese estado dispuesta a pagar.
Deberías haberme avisado.
De tu doble cara, de la soledad que me acompañaría si me quedaba a tu lado, de la frialdad que me encogería los huesos y el alma.
Porque tú nunca te dejarías atrapar. Aunque me mostrases lo contrario.
El egoísmo suele estar disfrazado de la palabra libertad.
Y tú sueles esconderte donde menos lo espero. Donde la claridad casi puede ser igual de dolorosa.
Pero ya no me haces daño, no puedes atraparme.
Eres a partes iguales bonita y dolorosa. Como una canción que no puedes dejar de escuchar o una obra de arte que no puedes dejar de mirar. Como una droga que crea una dependencia que te acaba matando por dentro.
Pero hace tiempo que te olvidé y que pagué mis cuentas pendientes contigo.
Y al contrario de lo que pensé y deseé por mucho tiempo, ya no quiero que vuelvas. No te necesito más, oscuridad.

viernes, 20 de marzo de 2015

Encadenada al pasado

¿Somos esclavos del pasado o somos nosotros mismos los que nos encadenamos a él y tiramos las llaves que nos liberarían de él lejos de nuestro alcance?

Ahora todo me parece mentira. 
La ansiedad, el miedo, el deseo de desaparecer. La claustrofobia incluso en los espacios más abiertos, la fuerza que me impulsaba a herir a todo aquel que se acercaba a mi o simplemente a las personas rodeadas de felicidad. La desgana que podía con todo, las pesadillas, los terrores. Y el dolor... ese dolor tan profundo, tan desgarrador. Ese dolor que te rompe por dentro y te hace añicos.
Ahora ya no sé si la situación me encarceló o si fui yo la que me quedé anclada a ella, alimentándome de su propio dolor, envolviéndome en él. Como si yo no tuviera bastante. 
Últimamente no escribo como antes. Puede que poco a poco todo ese dolor fuese saliendo de entre mis dedos, y los resquicios que quedan no sean suficientes.
Pero a ti... Desde que descubrí que podía escribirte sin morir por dentro, me sorprendo a menudo haciéndolo.  
Puede que lo que tengo que decir no te guste. Es un descubrimiento que he realizado hace poco: tú me ataste a él. Y al dolor que necesitaba para sentirme viva. No te culpo, no te confundas. Pero ya no quiero eso, nunca más lo querré.
Ahora he encontrado las llaves a las cadenas que yo misma nos puse. Te dejo marchar, aunque siempre te quedes cerca de mí. Por fin soy capaz de liberarte de mis propias cadenas. 
Soy libre.