sábado, 16 de marzo de 2013

Corazón deshabitado

¿En qué momento el corazón se cansa de dejar en manos de otros la partitura de sus palpitaciones?
La verdad es que no lo sé.
Como tampoco sé cuando se cansó el mío, cuando se empezó a apagar y se dejó morir sin hacer apenas ruido. Puede que se cansase de interpretar siempre los pentagramas más enrevesados, de intentar crear sus obras maestras y nunca terminar ninguna. Al fin y al cabo siempre tuvo un poco de complejo de melodía interminada.
Supongo que no debería quejarme de no sentirlo, de no sentir nada bajo mi piel. El corazón se me ha roto tantas veces y en fragmentos tan minúsculos, que al final encontrarlos todos se ha vuelto imposible. Por eso miro los pocos que me quedan desde la distancia, sin llegar a pegarlos ni a introducirlos de nuevo dentro de mí.
Eran preciosos. Una pena que no me diese cuenta antes.
No sé, imagino que solo es una muestra más de agotamiento. De levantarme y no sentir absolutamente nada. De no pertenecer aquí, ni a ningún sitio. De no saber quién soy, ni como volver a ser yo misma.
Pero en fín, no sé, puede que todavía haya gente que piense que para encontrarse primero hay que perderse.
Puede que aún exista esperanza.